Semana Santa en la Costa Blanca (parte 1)

playa de L'Albir
Playa Cap Blanc, L’ Albir

En España los niños en edad escolar tienen 10 días de vacaciones por Semana Santa. No dudamos y decidimos aprovechar que el coequiper puede trabajar telemáticamente para hacer una escapada hacia la costa alicantina.
Si bien en 2019 estuvimos en Valencia, nunca habíamos recorrido esta zona que fue todo un hallazgo.
Los invito a descubrirla conmigo.

Los 244km de playa que bañan Alicante son conocidos como la Costa Blanca.
Hay 2 versiones sobre el origen de este nombre.
La primera, surge a partir del color de las piedras y arena clara que en conjunto con las casas mediterráneas (pintadas originalmente a la cal) perfilan un cordón blanco desde el aire.
Esta teoría sería irrefutable, sin embargo la segunda también tiene su lógica.
A mediados de los ’50 British Airlines decidió promocionar su flamante vuelo directo Londres-Valencia con un slogan que bautizaba la zona con este nombre.
Eso explicaría por qué hay tantos turistas ingleses, alemanes y escandinavos en la provincia. De hecho muchos lo toman como lugar de «retiro» al jubilarse.
Cualquiera sea la explicación, a mi me gustaría pensar que debe su nombre a las flores de azhares que perfuman sus calles. Sin dudas, la costa alicantina sabe a sal, naranjas y buen vivir.
Pero vamos a la crónica, que para definiciones está Wikipedia!

Viaje y llegada

Domingo 10/4
Salimos de Madrid a las 11am. Tomamos la AP-36 rumbo Albacete. Cerca de las 13.30 nos dio hambre y buscando opciones (sobre la marcha, para no variar) decidimos desviarnos un poquito y probar suerte en Bodega Las Calzadas. Menudo descubrimiento!
Daniel y su hijo llevan adelante esta empresa familiar en Pozoamargo, un pueblo de apenas 300 habitantes. Almorzamos en el patio de la bodega, al sol y rodeados por los viñedos. Nuestros elegidos fueron: tosta de sardinas (nivel Dios), secreto ibérico a las brasas (lo que seria nuestro matambrito de cerdo), papas y ensalada de verduras de estación. Todo delicioso, casero y servido con la amabilidad de quien le pone el corazón a lo que hace.
Con la panza llena y la sonrisa dibujada seguimos camino.


Llegamos a lo que sería nuestra casa por los próximos días a las 17.
Cuando pensamos visitar Alicante decidimos que queríamos alojarnos en alguno de los pueblos costeros, ya que no nos interesaba tanto la ciudad.
Asi fue como optamos por L’ Albir. Un pueblo pequeño que se encuentra a pocos minutos de Altea y Benidorm y tiene precios mucho más competitivos.
Nos hospedamos en el Hotel Noguera (Av. d’Europa, Nº210 L’Albir, Alicante). No podríamos haber elegido mejor opción!
Es un hotel familiar, de 35 habitaciones amplias y cómodas. Ubicado sobre la ruta que conecta todos los pueblos y a 800m de la playa. El precio me pareció imbatible sobretodo porque incluye un desayuno ESPECTACULAR. Tienen restaurant propio, piscina y un trato super servicial. Un tip: si contratan por la web de ellos hacen descuento 😉

Luego del check-in bajamos a conocer la playa justo para el atardecer. La costa de L’Albir (al igual que la de Altea) es de piedra, por lo que es imprescindible llevar ojotas o calzado para andar por la orilla. Y si bien el tiempo estaba bueno, refresca bastante a la nochecita.
El paseo costero está lleno de bares y restaurantes. Nosotros picamos una papas bravas y una sepia a la plancha en un bar de tapas que estuvo bien, pero nada destacable. No agendé el nombre, perdón!
Lo que si recuerdo es que los chicos querían algo dulce antes de dormir y fuimos por un café con torta a Wanderlust (Camí de la Cantera, 4, L’Alfàs del Pi, Alicante). Nos gustó mucho el sitio!

Día 1. Altea

Lunes 11/4
El lunes nos levantamos y fuimos directo al comedor del hotel. Como les adelanté arriba, el desayuno era buenísimo y muy completo.
Aprovechando el sol fuimos directo a la playa y caminamos en dirección Altea. Andando por el paseo marítimo sólo toma 15 o 20 minutos llegar hasta el Club Nautico de Altea (Av. del Puerto, 50, Altea, Alicante). Nosotros demoramos un poco más porque ibamos sin prisa y cada tanto Pedro se mojaba los pies en el mar.
El paseo está repleto de chiringuitos, cafeterías y restaurantes. Lamentablemente hay un tramo que está en obra (seguramente para dejarlo a punto para la temporada alta) y no se podía acceder a la playa.
Decidimos ir al casco antiguo del pueblo, que se encuentra subiendo la colina por callecitas empedradas que zigzaguean entre casas blancas y balcones con flores. De cuento!
Tal vez ustedes crean que exagero con mi relato. Puedo asegurarles que no.
Altea es considerado el pueblo con más encanto de la Costa Blanca. No seré yo quien lo desmienta. Es imposible no frenar a cada paso para sacar una foto, hacer un video o simplemente contemplar la vista. La mezcla de guiños musulmanes, romanos e ibéricos la hacen irresistible.
Además Altea fue el lugar elegido por numerosos artistas y poetas para pasar sus días. Sin dudas el aire bohemio se siente entre sus calles.

Al llegar a la plaza central nos encontramos con la Parroquia Nuestra Sra del Consuelo, que se destaca por su cúpula azul.
Las calles aledañas tienen varios miradores, tiendas de souvenirs y plazas de menor tamaño pero igualmente deslumbrantes.
Algunas calles que no se pueden perder son:
Carrer San Miguel: llena de tiendas de artesanos, ropa y souvenirs
Carrer Major: Una callecita con lindos restaurantes que desemboca en el mirador del Portal Viejo.
Calle Bonavista y el Mirador Blanco, con unas vistas de la costa imperdibles!

Después de andar un buen rato, decidimos comer un sandwich en la plaza, tomar una sangría y volver al hotel.
El calor era bastante intenso y debíamos encontrarnos con Ger para cuando terminara sus reuniones online.
El resto de la tarde Pedro aprovechó la pileta, tuvo su rato de compu y yo tomé mate al sol.

Para cenar elegimos Casa Teo, guiados por los buenos reviews y porque queríamos algo cerca para ir andando.
Pedro y yo comimos un arroz a banda con gambas y calamar que estaba tremendo! Ger optó por las patatas bravas y las croquetas de espinaca y piñones que estaban buenísimas también. Acompañamos con copa de vino, gaseosa y café (47 euros en total). Tengan en cuenta que en la mayoría de las arrocerías los precios de las paellas figuran por persona, con un mínimo de 2 personas. Por suerte yo siempre cuento con Pedrito que me hace la segunda con la comida :)))

Día 2. Villajoyosa

Villajoiosa

Martes 12/4
El martes amaneció nublado y bastante más fresco que el día anterior. Después de desayunar decidimos ir a Villajoyosa. Desde el Albir son 20 minutos en coche. Aparcamos en el parking público cerca del museo de chocolate Valor.
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Un tip: a la hora de visitar pueblos busquen previamente las condiciones de parqueo y si hay restricciones de circulación en zonas históricas. En general siempre hay opciones de parking gratuito provistas por el Ayto.
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Villajoyosa significa «ciudad alegre» en valenciano. Un nombre que entenderíamos más que acertado tras recorrer sus coloridas calles.

Entrando al casco antiguo empezó a llover más fuerte. Justo coincidía con una call del coequiper por lo que entramos al Café Mercantil. Una vez más nos acompañó la suerte (o el instinto). Resulta que este bar es el más antiguo de la ciudad. Data de 1860 y fue donde se inventó el Nardo Vilero, un café con absenta muy típico de la zona.
Estuvimos un buen rato en el café y cuando paró de llover fuimos a recorrer el casco.
Durante todo el recorrido, las casitas de colores acompañan la caminata, pero sin dudas la postal más típica la obtendríamos al llegar a la playa.

El cielo nos regaló un rato de sol, que Pedro aprovechó para sacarse las zapatillas, arremangarse los pantalones y correr al agua. Estas playas son amplias y de arena. Repleta de conchas marinas que se transformaron en la decoración ideal de nuestros castillos costeros.
Cerca de las 14 nos empezó a dar hambre. Caminamos por el paseo marítimo en dirección al puerto y nos sentamos en una tabernita gallega muy pequeña con comida deliciosa, casera y abundante! Se llama Sabores de Galicia (Av. del Port, 03570 Villajoyosa, Alicante) y lamentablemente no tiene web ni redes por eso les pongo la dirección. Comimos patatas bravas (tan buenas que pedimos 2 raciones) y una sepia en salsa verde increíble (18 euros en total con agua y gaseosa).
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Algo que no quiero olvidarme de comentar es que en España por ley, todos los establecimientos gastronómicos deben ofrecer agua de grifo gratis. En Madrid, la calidad de agua es buenísima pero en el caso de la costa alicantina, todos nos recomendaron no beberla, por lo que no se sientan estafados si en los restaurantes les traen agua embotellada.
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La comida terminó con un chaparrón que nos obligó a marcharnos de prisa, hacer las últimas fotos con un cielo tormentoso y llegar a tiempo para ducharnos e ir a ver el atardecer en Altea (que el día anterior no habíamos podido)
Otras 500 fotos más con el mar azul intenso y las luces del casco encendiéndose.

La noche terminaría con una de las mejores comidas del viaje, en el restaurante Crown of India. No puedo explicarles la delicia! Pedimos varios platitos para compartir: pan naam, pollo tandoor, tacos de gambas picantes, queso frito, tempura de verduras. De postre unas bolitas de coco almibarado (42 euros total, con 2 copas de vino, gaseosa, agua y café).
No me van a alcanzar las negritas, mayúsculas y signos de admiración para recomendarles este sitio!

En el próximo post, les cuento cómo siguió nuestro recorrido por Calpe, Guadalest y Denia.

A estas alturas del relato, habrán notado que nuestro «mood» vacaciones es muy relajado y las malas lenguas dirán «improvidado» 🙂
Es cierto. En general solemos movernos sin demasiada planificación, pero habiendo investigado bastante antes de ir a cualquier destino.

Esta vez en particular, Ger tenía que trabajar lunes y martes por lo que debíamos adaptarnos a sus reuniones. Si ustedes están planificando una ruta similar, sepan que podrían perfectamente aprovechar un día completo en Altea y otro en Villajoyosa, disfrutar de sus playas, sus atardeceres y su comida!!

• En Altea se puede visitar la Iglesia del Consuelo y la Iglesia Ortodoxa rusa San Miguel (la primera de España)

• En Villajoyosa hay 3 fábricas históricas de chocolate: Pérez, Clavideño y Valor. Esta última funciona también como museo.